El orador que no oraba

EL ORADOR QUE NO ORABA

Por: José Luis Navajo


Pasaba muchas horas hablándoles a las personas acerca de Dios, pero más tiempo aún hablándole a Dios acerca de las personas.

En ese tiempo cuantos lo escuchaban coincidían en que sus palabras no solo llegaban al oído, sino que dejaban un dulce sabor en el paladar del alma.

Poco a poco fue siendo conocido, y más tarde reconocido. Su función de orador aumentó tanto, que dejó de ser orante. Seguía hablándoles a las personas, pero ya no tenía tiempo de hablar con Dios.

Primero lo notó él, poco después sus más íntimos y finalmente cuantos lo escuchaban: Sus palabras ya no traían el frescor vital del cielo, sino que tenían sabor a tierra. El aroma sanador que antes impregnaba cada frase ya no estaba.

La presión había apagado la pasión y la sobrecarga de acción dejó de lado la unción. Poco después, sobrecargado, se sintió herido y al hablar desde la herida, hería. La amargura hizo mella en su vida y al hablar desde ella, amargaba. Ya no eran miel sus palabras, sino hiel.

Su mensaje no inspiraba, solo regañaba.
Porque es posible ser buen orador sin ser buen orante... es posible, pero no es conveniente.

Hablar bien es un talento, pero ser emisario del cielo es un don altísimo que se adquiere con tiempos de intimidad.
El orador volvió a orar... Y Dios retornó a hablar.

José Luis Navajo

Dejo mi Agradecimiento al autor por permitir la reproducción.

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